sábado, 29 de agosto de 2009

LOS PASTORES


El pastoreo enmarcaba la forma de vida de las personas que a ello se dedicaban. Hoy está prácticamente en desaparición tal y como era practicado en la edad media, pero aún se resisten algunas de esas personas que tienen en el ganado ovino su fuente de subsistencia por muy duro que resulte, sobre todo a la acomodada vida urbanita.

En la Mesta, los pastores tenían una jerarquización según la mayor o menor responsabilidad. El principal era el amo o propietario; después estaba el mayoral, a sueldo del principal y ejerciendo de su mayordomo, cuidaba los rebaños de la cabaña de aquél; a las órdenes del mayoral estaba el sotamayoral, cuyas funciones eran vicesupletorias. Al frente de cada rebaño estaría el rabadán y bajo él el compañero, ayudante, persona, zagal, motril.

El sueldo estaba también establecido según la jerarquía, pero por lo general era muy escaso en dinero, teniendo una porción de reses el pastor, que se integraban en el rebaño del amo, de ese modo obtenían el mantenimiento gratuito. Además recibían el cundido o porción de grasa, pimiento y sal para sazonar las comidas. Por último, los pastores de la Mesta, contaban con privilegios como la exención de servir en el ejército.

Solamente podía haber un pastor más dos zagales por cada cuatrocientas merinas, y uno de los zagales no podía tener más de dieciséis años. Las labores debían constar de un cuidado sobre el ganado las veinticuatro horas del día, por tanto desarrollaban su vida en los puertos y las dehesas, durmiendo el rabadán, los pastores y los zagales en el chozo. Entre su menú estaban las sopas con leche y las migas, no pudiendo faltar en el zurrón pan y tocino. Ésta monotonía de comida rutinaria, se alteraba los días que había caldereta y frisuelos.

Además del mencionado chozo, existía la ropería, un establecimiento para cada cabaña situada en molinos y hornos en los pueblos cercanos a las majadas. Servían para que pudieran comer pastores y perros y como almacén de las ropas no utilizables en las majadas. Los perros, mastines, de los pastores, estaban protegidos por ley y recibían la misma ración de pan que el pastor aunque de peor calidad.

Como mencionamos, la vida en los chozos era muy dura, para entretenerse contaban con cantares, coplas, endechas y romances. A continuación exponemos un fragmento del Romance de la Loba Parda, el cual hace alusión a la apreciada raza del mastín leonés. Ha sido transmitido en varias versiones pero siempre con el característico laísmo leonés:

“Estando yo en la mi choza
pintando la mi cayada,
vi venir una lobita
derechita a mi majada.”
(…)
“Aquí, mis siete cachorros,
aquí, perra cabrillana;
aquí perro el de las fierros,
a correr la loba parda.”

Si en el apartado de la trashumancia hablamos del apareo del ganado, eran los pastores, los que atendían el parto de las ovejas y cuidaban de los corderos recién nacidos. Además, en la estación invernal desempeñaban otras funciones como el raboteo, el corte del rabo a las crías como medida higiénica; quitar los cuernos a los carneros y seleccionar los que servirían como sementales en el próximo apareamiento. Ésta función la desempeñaba el mayoral y de ello dependería también la futura calidad de la lana.

Muchos grandes propietarios no llegaban a ver a sus rebaños, sobre todo en tierras llanas, donde los dueños vivían lejos de los lugares en los que se situaban los ganados. Para los rebaños serranos, existía una tradición más familiar y la explotación era más intensa, siendo la participación de los dueños, en las asambleas de la Mesta, más activa. Los medianos propietarios de comarcas rurales también tenían, muchos de ellos, mayoral, pero la relación era más estrecha, tanto que en numerosas ocasiones eran vecinos. En cambio en las tierras llanas y muchos de los dueños segovianos, mantenían una relación meramente profesional, puesto que los mayorales estaban en las montañas leonesas o comarcas serranas de la actual Rioja y provincia de Burgos. No obstante, los señores siempre otorgaban a los mayorales cartas de poder para poder obrar sobre las dehesas, las rentas de los carneros, etc. Los pequeños propietarios serranos gestionaban ellos mismos sus ganados, no viajaban al sur, sino que entregaban el rebaño a un vecino para aparcería. Las prácticas de esos pequeños propietarios son las que perduran hasta hoy.


J.H.